viernes, 10 de agosto de 2007

CONSIGNAS

Consigna n° 1
Composición tema (ejemplos -ver pág. web de La mujer de mi vida)


BAR

Discépolo inmortalizó a los cafetines porteños con una de las letras quizás más representativas de nuestra sociedad, aunque vendría bien una aclaración: un cafetín o café es, además, un bar. Ni una confitería ni una casa de té.
Cuando fue escrita la canción, no hacía falta aclarar eso, pero hoy sí: la variedad y cantidad de bares ha hecho que se pierda esa esencia que los porteños le impregnamos a estos templos del feca cuando levantamos la mano y hacemos una C invertida con el pulgar y el índice.
Si bien hay bares para todos los gustos, algunos sólo sirven de noche. Esos bares complicados en diseño, con paredes prolijamente pintadas en tonos pasteles, son tan ajenos a nosotros como nosotros a ellos. Nada común y corriente invade la vista. Si un cuadro decora, seguramente serán nuevas tendencias con un spot de luz. Por ejemplo, en la calle Ayacucho, hay un bar totalmente iluminado de azul profundo, y tomar una cerveza ahí da sensación de ahogo porque parece que uno se sentó a la barra de una pecera, con tanta luz difusa y esa atmósfera "fondo del mar".
Pero a esos bares nadie vuelve. Al menos, no a escribir una carta de amor, o a reencontrarse con un amigo. Son los otros bares, los que algunas personas osan llamar viejos, los que tienen fotos de amigos en las paredes, un póster de La Máquina o de Dieguito, un pibe todavía. Los que mantienen los precios honestos, donde ponemos el corazón sobre la mesa entre el cenicero y el vasito de agua de la canilla. Esos bares se parecen a nosotros. Hay mugre bajo las cosas olvidadas, hay agujeros de bala en las ventanas, hav deudas. Una mancha de humedad en el techo, y en la barra mil historias, y vicios. Malas costumbres. Amigos. Y una esperanza que llena el aire cuando se abre la vaivén. La mujer de mi vida le pregunta al mozo por el baño, y los parroquianos se dan vuelta dos veces: una para verla entrar, y otra para verla salir.

Nahuel Coca


VALOR

Armamos de él no es cosa de todos los días, ni cualidad de todo mortal. Aunque resulte insustituible para, por caso, expresar emociones o provocarlas: para desarmamos. Esquivo y misterioso resulta sencillamente in(pre) visible. Posiblemente por ello -entre otras insólitas causas- haya gentes y obras que, en indescifrable ejercicio de juicio y posterior prelación, connotamos como valiosas. Con o sin el auxilio de los desvelos de Kant, quién en la búsqueda de lo auténticamente moral nos permitió resignificar este significante.
Mas cuando de sujetos y sus posibles resultados laboriosos, únicos e irrepetibles, pasamos directamente a la cosa (reis), la advertencia de Marx acerca de su carácter teológico, resulta conmovedora. Preguntamos por el valor de un kilo de papas y obtenemos alguna certera respuesta. Es como si la papa valiera. Reificamos nuestras relaciones alienando todo rasgo subjetivo, para terminar personificando a la cosa (aunque Chanel nos suene algo más sensual que Matarazzo). Fetichistas de la cosa, al extremo presidencial de ejercer inocentemente la pretensión de aferrarse a una Ferrari.
Concepto metafísico y falaz para contadores neoclásicos que centran su fe en la existencia de la economía, para asombro e incredulidad de todo el resto que, sin embargo, acepta respetuoso sus ce¬lebraciones eucarísticas. Pobres.
Si la fascinación por la cosa nos deja perplejos, qué decir cuando se centra en la "casita", como en la insaciable curiosidad de Juanito relatada por Freud. Aunque es probable que, para absolutamente todos, juanitos al fin (no necesariamente fóbicos), habrá siempre cierta casita -propia o ajena, lo mismo da- que no tiene precio.

Emilio Cafassi